Asuntos de Complejos
Martes 20 de Marzo, 2007
Por Andrés Abreu - Grand Rapids, Michigan
Publicado el martes, 20 de marzo de 2007 -Diario Horizonte
Cuando necesitas decir tu título para decir tu nombre es porque consideras que ni tu nombre ni tu persona valen lo suficiente. Lo cual es un error, pues toda persona es importante aún sea un pordiosero, porque tal vez de éste puedas aprender lo que no debes hacer con tu vida.
El dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo Molina se hacía presentar en los eventos con decenas de títulos que iban desde “Presidente de la República”, “Benefactor de la patria nueva”, “Generalísimo…”
Luego, como sentía entre esos adjetivos la carencia de lo académico, se hizo otorgar el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Santo Domingo, momento desde el cual, después de ser anunciados todos los altisonantes ‘méritos” patrióticos acompañaba su nombre con: “generalísimo Doctor… Rafael Leonidas Trujillo.
Una de las cosas que rememoran el subdesarrollo de América Latina es el uso de los títulos académicos para denostar una posición social. Frases comunes son: “Licenciado Fulano del tal” ; “Ya hablé con el licenciado” “El licenciado me dijo…”.
A Juan Bosch, el escritor y político dominicano, la gente del pueblo lo llamaba Profesor por la influencia didáctica de sus discursos y su forma de conversar enseñando. Muchos periodistas llegaron a llamarle Doctor Bosch, lo cual él siempre corrigió: “Gracias por el título, pero no soy doctor”. Una vez le pidió a los miembros de su partido que por favor dejaran de llamarle profesor y que cuando se refirieran a él dijeran sólo: “compañero Juan Bosch.
Cuando fue Presidente de la República estableció que se le llamara ciudadano Presidente, para que los dominicanos comprendieran que el Presidente no era otra cosa que un ciudadano más que ocupa el puesto público de Jefe de Estado.
Una de las cosas que más admiro de la cultura europea y norteamericana es la sencillez. Los funcionarios norteamericanos no andan con escoltas ni chofer, como muchos de los países del tercer mundo, y nunca usan sus títulos para presentarse ante nadie. Nadie ha visto a un profesional norteamericano presentarse a sí mismo más que con su nombre, aunque los demás se refieran a él como Doctor.
El título de una persona se usa como deben usarse todos en la vida: cuando es necesario. Y lo es cuando un intelectual va a ofrecer una conferencia sobre un tema específico y hay que darle a conocer al público que la persona está académicamente autorizada para abordar el tema.
El título de Doctor en nombre de una persona para uso común se reserva a los médicos, y es una tradición que viene del respeto que se tiene a una carrera cuya finalidad es salvar vidas.
En lo personal, cuando escucho a una persona presentarse ante otra en un ambiente no académico como doctor o licenciado, advierto que estoy en presencia de un montón de complejos y baja estima, de un ejemplar de energúmeno de galería que en cualquier grupo o relación no juega otro papel que el de problema, porque no es una persona que actúa en función de lo práctico y cotidiano, sino de lo que necesita para hacerse destacar.
De este tipo de individuo salen las lacras sociales que destruyen los sueños de los pueblos y las comunidades y hacen la vida imposible al vecindario. De esta clase de individuos salen los criminales, capos de la droga, los mafiosos y políticos corruptos, y cuando llegan muy lejos, los tiranos.
Los seres humanos valemos por lo que somos en relación con los demás y nosotros mismos. El amor de un hijo vale meas que millones de aplausos, el abrazo de un amigo más que cien mil homenajes, y nuestra capacidad de ser útil a los demás no se compara con ningún rango.
Cuando alguien utiliza un título para presentarse, sin darse cuenta, rompe la armonía del encuentro y se coloca a si mismo en esa lista que reservamos para los desagradables.
Pienso que nada demuestra más la ignorancia que exhibir el conocimiento, como no hay mayor carencia que la tenencia que se exhibe.
En las sociedades capitalistas, especialmente las subdesarrolladas, existe una clase social equivalente a la clase media de los países desarrollados, que actúa sensiblemente afectada por el afán de escalar socialmente en un medio hostil y en condiciones de desventajas. A esa clase el filósofo Carlos Marx llamó “Pequeña Burguesía” y la definía como una clase que aspira e imita a llevar una vida burguesa sin estar en condiciones de sobrellevarla y que busca por cualquier medio trepar hasta sus alturas. Esa clase es la que recurre al enriquecimiento ilícito, a la política y a la “serruchadera” de palo en los puestos de trabajo para alcanzar las posiciones para las cuales no es apto.
Es la clase capaz de grandes cosas, pero también la protagonista de las grandes desgracias. Es el nido de donde salieron los grandes traidores de las causas de América Latina y una de las mayores calamidades del continente. Es la que reclama un título para sentirse importante.
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