La peluca, cuando yo me criaba, le servía a la mujer de pelo corto, "pelo malo" o a la que por alguna circunstancia no se pudo lavar la cabeza para mejorar la apariencia personal. La lavaba, le hacía rolos, la alisaba y se la colocaba en su cabeza para hacer la función de su pelo natural, fuera corto o largo, liso o riso.
En aquellos tiempos cuando no se había cambiado la percepción de lo que era bueno por lo malo, lo que era dulce por amargo. Cuando todavía no se le llamaba bonito a lo féo y a lo féo bonito y una serie de insignificancias que no son del todo malas, pero que forman parte de una totalidad, imposible de ser sustraídas.
Hoy, más que para mejorar apariencia personal "el pajón" sirve como una forma de comunicación con lo cuál tanto hombre como mujer, ejerciendo su pleno derecho lo utiliza para expresar su rebeldía contra la sociedad que no deja ir su asimilación y apreciación de las cosas y continúa llamándole féo a lo féo y bonito a lo que es bonito, porque no somos locos.
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