Por Cesar Román.
Autor del libro Con un pie aquí y el otro allá.
Ya sea que se hable de política, pelota, religión o cualquier otra área. Me doy cuenta como estos individuos fanáticos se aferran a sus argumentos con intención exacerbada de ganar la pelea, de tirar al oponente al piso, de probarle que está equivocado para ellos salir airosos enalteciendo su ego.
No los puedes convencer con ningún tipo de datos. No escuchan porque cuando el otro está hablando, ellos están preparando su respuesta para contraatacar.
Solamente conocen un poco del tema, pero se niegan a ver el asunto desde otra perspectiva. Después de un par de intercambios de ideas, suelen recurrir a lo irracional o a los ataques personales inyectándolos con un poco de ironía o sarcasmo y hasta malas palabras; se acaloran, se levantan de sus asientos, suben la voz y lanzan las manos al aire mientras inflan el pecho, jadean un poco y exhiben sudor en la frente debido al acaloramiento...
El fanatismo es como el alcohol: el que está ebrio no tiene sobriedad para la conversación.
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